¿Y cómo iba a saber yo que justo ese día a la seño se le ocurriría cambiarnos de banco? Justo justo la tarde en que yo había decidido declararle mi amor a Sofía.

El bollo, digo, el embrollo fue así: cuando tocó el timbre del recreo yo me quedé camuflado detrás de una silla (ya lo venía planeando hacía días), todo salieron corriendo, nadie me vio, y yo le escribí en su pupitre que la quería, ¡A Sofía!

Para que no me pescaran anoté rapidito: “Te quiero. Juancito” (No le puse Sofía porque era su banco, ¡ni falta que hacía!) Salí ligero al recreo y como si nada, me puse a jugar a la mancha bollito.

La tremenda confusión fue culpa de la seño, que cuando volvimos a entrar al salón, dijo: “Voy a hacer unos cambios necesarios”. Y ahí empezó a intercambiarnos a todos de banco. Y donde se sentaba Sofía la puso a Martina, ¡justo a Martina!

Con ella no coincidimos en nada: somos de equipos de fútbol diferentes, a ella la aburren las cosas que a mí me divierten. Las canciones que canto, le parecen un espanto, el libro de terror que más me gusta, a ella la asusta… ¡no nos parecemos en nada!

Así que de forma urgente tengo que hablar con la seño, que ella me solucione este lío, porque ahora Martina no para de hablarme, me da caramelos, me agarra la mano, viene a jugar conmigo en todos los recreos. Y todo porque leyó por equivocación mi declaración de amor ¡a Sofía!

Y ahora Martina está tan buena y dulce conmigo que, me da cosa decirle que lo que entendió estuvo mal entendido. Ella no soporta equivocarse en nada.

Además, la verdad es que de a poquito me viene aumentando el gustito por Martina. ¿Qué hago? ¡Qué lío! ¿Le digo a la seño o no le digo? Ahora que comparto más tiempo con Martina me di cuenta de que es… tan divertida. Pone voz de chiste y su risa saltarina con efecto dominó es tan contagiosa, que hace tentar hasta el último de la fila. El brillo de sus ojos me hipnotiza y sus cachetes rosa afrutillados me hacen poner colorado…

Mejor, a la seño, no le digo nada. La confusión, ya está solucionada. Ahora, me gusta Martina.

             Texto: Magela Demarco, escritora y periodista de Argentina

                                  Las hermosas ilus son de Ana Varela y Carolina Farías

 

 

 


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